En el marco del Jubileo de los Pueblos Originarios, celebrado del 14 al 16 de octubre de forma virtual, el Santo Padre recordó que el Año Santo debe ser “un momento de encuentro vivo y personal con el Señor”, además de una ocasión de “reconciliación, de memoria agradecida y de esperanza compartida, más que una mera celebración externa”.
En su mensaje, escrito en español y difundido este 16 de octubre, el Pontífice destacó la universalidad de la Iglesia, “que acoge, dialoga y se enriquece con la diversidad de los pueblos”, en particular con los pueblos originarios, “cuya historia, espiritualidad y esperanza constituyen una voz irremplazable dentro de la comunión eclesial”.
Así, explicó que el hecho de atravesar la Puerta Santa significa introducirse, por medio de la fe, “en la fuente misma del amor divino, el costado abierto del Crucificado”, que nos convierte en un “Pueblo de hermanos”.
“Es desde esa Verdad —agregó— que debemos releer nuestra historia y nuestra realidad, para afrontar el futuro con la esperanza a la que nos convoca el Año Santo a pesar de los trabajos y la tribulación”.
En este contexto, recordó que el Señor es el origen y meta del universo, así como “fuente primera de todo lo que es bueno, también en nuestros pueblos”. Esta certeza, subrayó, “es la meta de nuestra esperanza, no es sólo de algunos sino de todos, incluso los otrora considerados enemigos, las grandes potencias ocupantes”.
El Santo Padre evidenció que “la larga historia de evangelización que han conocido nuestros pueblos originarios, como han enseñado tantas veces los obispos de América Latina y del Caribe, va cargada de luces y sombras”.
Ante esto, instó de nuevo a la unidad y propuso el Jubileo como un tiempo precioso para el perdón, que nos invita a “perdonar de corazón a nuestros hermanos, a reconciliarnos con nuestra propia historia y a dar gracias a Dios por su misericordia para con nosotros”.
De este modo, les animó a reconocer “tanto las luces como las heridas de nuestro pasado”, para entender “que sólo podremos ser Pueblo, si realmente nos abandonamos al poder de Dios, a su acción en nosotros”.
León XIV explicó que, a través del diálogo y el encuentro, “aprendemos de los distintos modos de ver el mundo, valoramos lo que es propio y original de cada cultura, y juntos descubrimos la vida abundante que Cristo ofrece a todos los pueblos”.
“Esa vida nueva se nos da precisamente porque compartimos la fragilidad de la condición humana marcada por el pecado original, y porque hemos sido alcanzados por la gracia de Cristo”, afirmó.
A continuación, animó a los pueblos originarios a “presentar con valentía y libertad su propia riqueza humana, cultural y cristiana”, e insistió en que la Iglesia escucha y se enriquece “con sus voces singulares, que tienen un lugar insustituible en el coro magnífico”, donde todos proclamamos “Señor Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza”.
También advirtió sobre la tentación de “poner en el centro lo que no es Dios”, como el poder, la dominación, la tecnología o cualquier realidad creada, “para que nuestro corazón permanezca siempre orientado al único Señor, fuente de vida y esperanza”.
“Por eso, para quienes, por misericordia de Dios, nos llamamos y somos cristianos, todo nuestro discernimiento histórico, social, psicológico o metodológico encuentra su sentido último en el mandato supremo de dar a conocer a Jesucristo”, señaló.
El Santo Padre concluyó su mensaje encomendando sus trabajos a la Virgen de Guadalupe, “Estrella de la Evangelización”, que de modo admirable nos mostró cómo Jesucristo, “hizo de dos pueblos uno sólo, derribando el muro de enemistad que los separaba”.
Radio San Cayetano- www.fmsancayetano.com.ar 102.5 Mhz | Señal de la Iglesia en Corrientes
Desarrollo Planetha