Mons. Castagna: “La oración se aprende orando”

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, afirmó que “la oración debe manifestar la filial confianza en la bondad del Padre”.

“¡Qué lejos están nuestras plegarias formales y ocasionales - a veces movidas por intereses mezquinos y no por Dios mismo - de la enseñanza evangélica sobre la oración!”, lamentó en su sugerencia de la homilía dominical.

El prelado consideró que “es preciso volver al Evangelio y atender al Maestro divino que vuelca aquí su experiencia orante”, e indicó que “esto va para quienes están poco instruidos en el tema y para quienes se constituyen, al modo de los escribas, en sabedores perfectos e instructores de los demás”.

“La oración se aprende orando. Los auténticos maestros son grandes orantes que saben exponer, con sencillez, los resultados de su callada y humilde experiencia”, subrayó.

Texto de la sugerencia

1.-¡Enséñanos a orar! Jesús es un orante. Los Evangelios hacen referencia muy frecuente a sus períodos prolongados de oración y a los lugares de su recogimiento. De inmediato surge la pregunta, que busque satisfacer nuestra humana curiosidad: ¿Cristo necesitaba orar? Si, ciertamente. Su real asunción de la condición humana incluye la absoluta necesidad y dependencia de su Padre. En frecuentes textos evangélicos Jesús manifiesta su expresa sujeción al Padre. A pesar de que por naturaleza el Hijo es igual al Padre, producida la encarnación y sometido a la fragilidad de la naturaleza humana se declara inferior al Padre: "...porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió". (Juan 8, 42) Después del encuentro con la samaritana, corrobora su identidad humana y la subordinación que, en virtud de ella, debe al Padre: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra". (Juan 4, 34) La frecuencia de la oración aclimata su presencia y su prédica. El texto así lo manifiesta desde el comienzo: "Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar...". (Lucas 11, 1) El pedido, de sus cercanos seguidores, está motivado por la impresión que les causa verlo orar. Su experiencia de relación con el Padre otorga a su enseñanza un asombroso contenido de verdad. Escoge palabras simples, ejemplos inconfundibles y contagioso fervor. Así nace la universal oración del "Padre Nuestro". Lo mismo podemos afirmar de la invitación a la suplica perseverante.

2.-Es preciso aprender de Jesús. En la actualidad ¿no aprendemos de Jesús, ni siquiera quienes estamos más comprometidos institucionalmente con la Iglesia? Cuando oramos, es el temor y la desesperación los ingredientes que nos impulsan, no la confianza filial y el gozo espiritual - no necesariamente emotivo - causado por la convicción creyente, que nos otorga la seguridad de estar "en familia", con el Padre Dios. La parábola del amigo insistente recomienda la adopción de un comportamiento "atrevido" para tener en cuenta en la oración: "Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos (los tres panes) por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario". (Lucas 11, 8) En el transcurso de la predicación, Jesús va aclarando pedagógicamente su enseñanza sobre la oración. Es preciso que sus discípulos aprendan de sus labios, y de su vida, la verdad que desmenuza en forma práctica. La insistencia y la perseverancia se constituyen en referencias necesarias. Él ora mucho y siempre. El contacto directo, que establece con su Padre, influye en el control manifestado en ocasiones de particular tensión. Las expresiones más fuertes se dan en Getsemaní y en la Cruz. Es entonces cuando se produce el combate durísimo por ser fiel a su Padre. Como no podía ser de otra manera, la victoria de Jesús es total y definitiva.

3.-Orar es centrar a Dios en la vida personal y social. Quizás debamos repetir continuamente la petición de aquel discípulo a Jesús: "Señor, enséñanos a orar...". (Lucas 11, 1) Nuestro mundo es un analfabeto en el arte de la oración. Se ora poco y se ora mal. El sonido a hueco proviene del descuido a que se ha sometido el paso inicial: la fe. Porque disminuye la fe en Cristo - el Dios encarnado - la oración se torna un formalismo sin vida y, por lo mismo, tedioso e insípido. Fue importante, en la celebración del último Congreso Eucarístico Nacional, el empeño por recuperar el fervor eucarístico. Nuestro pueblo, con su mayoría de bautizados, necesita recolocar a Dios en el centro de su vida social. De esa manera podrá trocar su actual estado, de continuos e insuperados desencuentros, en una pacífica y cordial convivencia. Para ello será preciso escuchar a Jesús, palabra por palabra. Él vincula la insistencia a la perseverancia: "También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". (Lucas 11, 9-10) La respuesta de Dios a esa oración no se deja esperar. La garantía de esa respuesta inmediata es la entrañable bondad del Padre Dios: "Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan". (Lucas 11, 13)

4.-Oración y confianza filial. Ciertamente la oración debe manifestar la filial confianza en la bondad del Padre. ¡Qué lejos están nuestras plegarias formales y ocasionales - a veces movidas por intereses mezquinos y no por Dios mismo - de la enseñanza evangélica sobre la oración! Es preciso volver al Evangelio y atender al Maestro divino que vuelca aquí su experiencia orante. Esto va para quienes están poco instruidos en el tema y para quienes se constituyen, al modo de los escribas, en sabedores perfectos e instructores de los demás. La oración se aprende orando. Los auténticos maestros son grandes orantes que saben exponer, con sencillez, los resultados de su callada y humilde experiencia.